Jaime Bateman Cayon un profeta de la paz, luchador inacansable, enamorado del mar.
Rafael Vergara
NACIMIENTO
Luz ondulante
caminante de mar,
selvas
nieves eternas
historias
truncas.
Bóveda infinita
estrellada,
saturada de luceros,
cometas,
visiones.
Hay susurros…
Cortos silencios,
vaivenes variantes
musicalidad ondulatoria
brisa acariciante,
mirada plena
satisfecha
de luna llena,
concierto de luces
y sombras,
de pronto:
un grito,
herencia de tiempos,
reivindicaciones.
injusticia
sentimientos.
Un nuevo viajero
mueve incesante sus manos
encontrando espacio
iniciando vuelo.
Viene del
mar,
de las laderas salitradas,
del mundo Tayrona,
de la Sierra
eterna,
nevada
origen de aguas y vientos
aires,
sabiduría milenaria
testigo de amores y violencias,
audacias,
extravíos.
Desde sus alturas,
todo se ve:
resaltan azules,
aguamarina,
verdes.
Allí están
extensos platanares
con sus historias de gringos
y ferrocarriles llenos de banano
y muertos,
mis hermanos,
los de siempre
los que ponen el sudor
las manos,
su suerte.
En su génesis
destellantes se abren sus ojos
reciben nacientes
la mirada disparada por Bolívar
desde su lecho de muerte.
Denunciante
la voz vibrante
de Jorge Eliécer Gaitán,
acuna sentimientos:
nace su desprecio a los oligarcas
los prostituidos,
de rodilla en tierra
ante el yankee
comprador
humillante.
Los Arhuacos y mamos Koguis le contaron historias de un mundo armonioso,
de equilibrios,
amores
respeto.
Y, después,
depredaciones
saqueos sacrílegos.
Conoció así la presencia de su ayer.
Desde los palenques
un tambor retumbando en sus venas sembró en sus carnes ritmo y consciencia de la injuria del negro esclavizado,
mendicante y desunido.
En su pecho le brotó
amor,
esperanzas,
optimismo
valentía,
valores.
Así se nutrió enorme
su dignidad,
la que sembró por doquier.
Nació en un sitio de este mundo:
allí,
cerca de tus ojos,
en Colombia,
la cotidiana,
la del pueblo común y silvestre,
esa donde
-contrastando-
con plenitudes,
fertilidades
azules intensos
verdores
muere la gente,
los niños,
las flores.
La muerte cabalga y abarca ríos,
aire,
suelo
soberanías,
esa Nación que amó
donde se vive y se muere
en demasía,
la de la violencia
pan nuestro de cada día.
Rafael Vergara
NACIMIENTO
Luz ondulante
caminante de mar,
selvas
nieves eternas
historias
truncas.
Bóveda infinita
estrellada,
saturada de luceros,
cometas,
visiones.
Hay susurros…
Cortos silencios,
vaivenes variantes
musicalidad ondulatoria
brisa acariciante,
mirada plena
satisfecha
de luna llena,
concierto de luces
y sombras,
de pronto:
un grito,
herencia de tiempos,
reivindicaciones.
injusticia
sentimientos.
Un nuevo viajero
mueve incesante sus manos
encontrando espacio
iniciando vuelo.
Viene del
mar,
de las laderas salitradas,
del mundo Tayrona,
de la Sierra
eterna,
nevada
origen de aguas y vientos
aires,
sabiduría milenaria
testigo de amores y violencias,
audacias,
extravíos.
Desde sus alturas,
todo se ve:
resaltan azules,
aguamarina,
verdes.
Allí están
extensos platanares
con sus historias de gringos
y ferrocarriles llenos de banano
y muertos,
mis hermanos,
los de siempre
los que ponen el sudor
las manos,
su suerte.
En su génesis
destellantes se abren sus ojos
reciben nacientes
la mirada disparada por Bolívar
desde su lecho de muerte.
Denunciante
la voz vibrante
de Jorge Eliécer Gaitán,
acuna sentimientos:
nace su desprecio a los oligarcas
los prostituidos,
de rodilla en tierra
ante el yankee
comprador
humillante.
Los Arhuacos y mamos Koguis le contaron historias de un mundo armonioso,
de equilibrios,
amores
respeto.
Y, después,
depredaciones
saqueos sacrílegos.
Conoció así la presencia de su ayer.
Desde los palenques
un tambor retumbando en sus venas sembró en sus carnes ritmo y consciencia de la injuria del negro esclavizado,
mendicante y desunido.
En su pecho le brotó
amor,
esperanzas,
optimismo
valentía,
valores.
Así se nutrió enorme
su dignidad,
la que sembró por doquier.
Nació en un sitio de este mundo:
allí,
cerca de tus ojos,
en Colombia,
la cotidiana,
la del pueblo común y silvestre,
esa donde
-contrastando-
con plenitudes,
fertilidades
azules intensos
verdores
muere la gente,
los niños,
las flores.
La muerte cabalga y abarca ríos,
aire,
suelo
soberanías,
esa Nación que amó
donde se vive y se muere
en demasía,
la de la violencia
pan nuestro de cada día.