Jaime Bateman Cayon un profeta de la paz, luchador inacansable, enamorado del mar.
Por Antonio Caballero.
Como apuntaba Jaime Bateman hace 30 años, mientras haya gente que tiene que salir a buscar el desayuno con cuchillo, habrá guerra en Colombia.
El omnipotente presidente Álvaro Uribe acaba de reconocer sus límites con respecto a la creciente inseguridad urbana, que no se le puede achacar únicamente a la incompetencia de los alcaldes. "No estamos en condiciones fiscales de atender los requerimientos de la fuerza pública en todas las ciudades", dijo Uribe en un Consejo de Seguridad, para explicar por qué no es posible seguir incrementando los efectivos policiales, insuficientes todavía pese a que en los últimos seis años han pasado de 112.000 a 145.000 hombres. En efecto, son las Fuerzas Militares las que se llevan la tajada mayor del ingente presupuesto de Defensa del gobierno, que asciende a casi 30 billones de pesos. Así pueden encargarse de la seguridad en el campo: la llamada "seguridad democrática" que constituye el puntal fundamental de la política uribista y que, según los uribistas, ha sido un éxito. Ya pueden volver a sus fincas.
Pero resulta que, en aparente paradoja, es esa misma "seguridad democrática" en el campo la que genera la inseguridad en las ciudades. Esta viene del éxodo campesino provocado por la guerra en el campo, y que suma entre tres y cinco millones de personas, según quien dé las cifras: un éxodo que no encuentra trabajo en las ciudades, en donde no lo hay ni siquiera para los citadinos, y en consecuencia tiene que vivir del rebusque y del delito. El Dane acaba de publicar cifras que, con todo y ser del Dane -o sea, maquilladas y edulcoradas-, resultan escalofriantes: calculan el desempleo absoluto en casi dos millones y medio de personas, e informan que más del 30 por ciento de la población activa se halla en situación de subempleo. La reforma laboral del primer gobierno de Uribe, que despojó a los trabajadores de tantas conquistas, no creó en cambio ni un solo puesto de trabajo nuevo.Por eso señala El Espectador que, según "los expertos", la inseguridad urbana no se combate sólo con policía, sino también "dando adecuada respuesta a la problemática social de las capitales".Lo cual es descubrir que el agua moja, que es lo que suelen hacer los expertos.Tienen razón, claro. El agua moja. Traduciendo al lenguaje llano la expresión "problemática social" puede decirse: lo que dispara los índices de inseguridad es el hambre. Como apuntaba Jaime Bateman hace 30 años, mientras haya gente que tiene que salir a buscar el desayuno con un cuchillo, habrá guerra en Colombia.Otros expertos subrayan también el factor del narcotráfico. También con razón. Pero es que también el narcotráfico, desde los pobres campesinos cocaleros y los miserables raspachines hasta los pescadores que desafían el océano Pacífico en semisumergibles artesanales, pasando por los sicarios de la mafia, es en buena medida producto del hambre. El narcotráfico -como el rebusque- es un paliativo del hambre: la única fuente de empleo, con el paramilitarismo y la guerrilla, y el crecimiento de las Fuerzas Armadas, que es segura en Colombia. La "oficina de correos" de Envigado debe de dar tantos puestos de trabajo como todo el "sindicato antioqueño". Y un frente de las Farc o una "banda emergente" emplean a tantos jóvenes como la más grande empresa del país.