“IVAN Y EL FLACO SE QUERÍAN MUCHO PORQUE PELEABAN TODOS LOS DÍAS DE LA VIDA”
Fanny De Ospina (Militante del M-19. Esposa
de Iván Marino Ospina)
Conocí al Flaco en el año 62; éramos militantes de la JUCO. El trabajaba en Bogotá y yo
en Pereira. Cuando había festivales o algún acto político en esta ciudad, él iba como
delegado de la Juventud; allí trabajábamos juntos. En el 64, cuando me casé con Iván
Marino, llegaron á ser buenísimos amigos. El Flaco llegaba siempre a la casa. En esa
época vivíamos en una piecita en Pereira. Él no iba a ningún hotel ni nada, sino que se
iba a dormir con nosotros. Y como no teníamos sino una sola cama; entonces dormíamos
los tres juntos. Y como él era tan grande y la pieza tan chiquita, por la noche, cuando se
caían las ollas, era que al Flaco le sobraban los pies y todo lo que había cerca lo
tumbaba. El estuvo en las FARC con Iván Marino.
Yo a él lo quise mucho
Yo en alguna Oportunidad hice una marcha con ellos. Estaba en embarazo de mi segundo
hijo, de Diego Hernán, pero me tuve que quedar en una finquita porque tenía ya siete
meses y me sentí mal. “Bueno, compañera, ¿qué se le ofrece para arriba?”, me
preguntaban los compañeros. “Dígales que estoy bien, que nada todavía, que no ha
nacido el niño, que más bien en qué le podemos ayudar”. Transcurrieron los meses que
faltaban. Un día, cuando menos lo esperaba, llegó el Flaco y yo casi me muero de alegría
porque lo quise como si fuera mi hermano... Él llegó y yo ya tenía mi niño. “¿Qué tuvo?
¿Un niño? ¡Qué bueno! Tenemos que mandarle a decir a Iván que le ofrecemos el niño”.
Movimiento 19 de abril, M-19
Movimiento Jaime Bateman Cayón
Por ahí al mes bajó Iván a conocer a su hijo y el Flaco, mientras tanto, bregando con lo
poquito que tenía. Después de esa época Iván salió de las FARC y se fue a vivir a
Venezuela y yo dejé de ver al Flaco muchísimo tiempo.
¡Hijueputa, me tocó este parto a mí!
Me fui con Iván a Venezuela y volví a ver al Flaco cuando ya él se había salido de las FARC
y empezaron los dos a construir el M-19. Entonces estrechamos mucho más la amistad
porque nos visitábamos mucho. El Flaco llegaba a mí casa como si fuera la de él. Llegaba,
comía, dormía. A nosotros nos daba mucha alegría que él llegara. Fue pasando el tiempo
y por ahí en el 70 yo dejé de verlo. Estaban tan ocupados en sus cosas... Una vez Iván
estaba haciendo un trabajo especial en Venezuela, yo estaba embarazada de mi tercer hijo
y el Flaco se creía responsable de mí y me visitaba para saber qué me faltaba. Comía en
mi casa y estaba pendiente de todo. Llegó un 7 de diciembre del 75 a mi casa y me
encontró con los dolores del parto. Entonces se asustó: “¡Hijueputa, me tocó este parto a
mí!” Estuvo ahí pendiente todo el tiempo y me llevó al médico. El médico me examinó y
dijo: “Todavía no es, váyase para su casa. Tiene que caminar mucho”, Y el Flaco se puso
a caminar conmigo, a caminar y a mamar gallo como siempre. “¿Cómo le vas a poner al
niño?” “Iván quiere que lo ponga Camilo Ernesto”. “No, no lo vaya a poner Camilo
Ernesto, hermana, a mí no me gusta ese nombre, póngale cualquier otro nombre, pero no
se deje gobernar así de Iván”, “Ah, bueno, entonces no lo pongo así, pues”. Mis dos hijos
mayores tenían 9 y 10 años; les encantaba que él llegara a la casa porque jugaba y se
tiraba al suelo con ellos y decía que le daba un premio al que fuera capaz de subirlo a la
cama. Jugaba fútbol, parqués, de todo. EI 9 de diciembre llegó Iván y el Flaco le dijo:
“¡Ay!, hermano, siquiera llegó. Aquí le dejo el carro para que movilice a Fanny y yo me
voy en bus”. Y se fue en bus.
Estaba muy pendiente de nosotros
Lo recuerdo siempre con mucho cariño porque personas como él hay poquitas en este
mundo. Después vino una etapa muy difícil: el robo de las armas y tantos allanamientos.
Nosotros, detenidos con tanta otra gente. No nos pudimos volver a ver. Después yo viajé a
La Habana en el 81 y me Io volví a encontrar allá varias veces. Él iba a visitarnos
siempre. En esa época lo pude ver con más facilidad y con más tranquilidad, sin miedo de
que lo fueran a coger, de que le fueran hacer algo. Estaba muy, muy pendiente de
nosotros.
Iván y el Flaco se querían mucho porque peleaban todos los días de la vida. Por cualquier
cosita se prendían; peto se querían mucho. Iván hacía mucho caso de lo que Pablo le
decía y él en muchas oportunidades también le hacía caso a Iván.
Le dio durísimo la muerte del Flaco...
Jaime era un hombre muy alegre, costeño. Para todo tenía un chiste, todo lo veía con
alegría. Iván era un hombre seco, muy serio. No sé cómo se entendían tan bien. Tal vez
por eso mismo. Cuando la muerte de Baternan, a Iván le dio muy duro. Tan duro, tan
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Movimiento Jaime Bateman Cayón
duro, que tuvo parálisis facial. Estuvo en un hospital, enfermísimo. Le dio durísimo la
muerte del Flaco.
Prepararse para seguir
Se enteró de la muerte del Flaco cuando estaba en el Caquetá, perdido con sus hombres
en la selva y nadie podía encontrarlo para darle la terrible noticia. Llevaba como ocho
meses perdido. Se les habían acabado las pilas y no tenían ni siquiera radio. No habían
escuchado la noticia de la muerte de Jaime. Se mandaron comisiones por diferentes
partes para buscarlos, hasta que los encontraron y Arjaíd les mandó una carta en la que
le contaba a Iván que el Flaco había muerto y que había que prepararse para seguir
adelante.
Iván estuvo enfermo, mal, mal, con la cara paralizada, la boca torcida, por ahí unos
quince días; ya después se fue recuperando, recuperando, pero nunca del todo. Hasta su
propia muerte, Iván Marino no pudo superar la muerte de Jaime. Nunca la superó. Decía:
“Dios mío, ¿por qué se tuvo que morir este tipo, por qué?” Sentía mucho dolor.
¡Se le cayó la peluca!
Iván le hablaba a todo el mundo del Flaco. A todo el mundo le contaba las anécdotas de
los dos. Por ejemplo, cuando estaban iniciando el M-19, cuando había tan poca gente que
ellos hacían todas las cosas, iban juntos a los operativos. Una vez el Flaco se puso una
peluca porque iban a “trabajar” un banco y al salir corriendo se le cayó la peluca. ¡Iván
siempre contaba eso y se moría de la risa!
Vine por la carta y a despedirme
Lo vi muy seguido en La Habana. La última vez, a finales de marzo del 83, salió el 7 de
abril exactamente. Ese día fue a despedirse. A las 3 de la mañana tocó la puerta; yo salí,
lo vi y le pregunté: “¿Usted por qué está aquí a estas horas?” “Vengo a despedirme.
Vuelvo dentro ele quince días”. Yo siempre tenía una carta para Iván. “Vine por la carta y
a despedirme”. Le entregué la carta; se estuvo un rato, por ahí unos cuarenta minutos.
Mis hijos estaban dormidos. Le recomendé que se cuidara, que de pronto lo mataban.
“Tranquila, tranquila, a mí no me pasa nada”. Me di cuenta a principios de mayo de que
se había muerto y me dio muy duro, tan duro...
Se mentaron la madre
Recuerdo que Iván y el Flaco tuvieron disgustos, pero nunca delante de mí. Se mentaban
la madre. Iván me contaba por su lado y Jaime también por el otro: “Tuve un disgusto con
ese marido suyo”. A mí nunca me tocó verlos. Yo quería tanto a Jaime que cada vez que
peleaba con mi marido yo le contaba a Jaime y le decía: “Regáñelo, regáñelo porque él le
hace caso a usted”. “Eso no se hace”, le decía. Iván se ponía después bravo conmigo.
“Me hiciste quedar como un zapato delante de Jaime” y yo le contestaba: “¡Para qué
aprenda, carajo!”
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Los pantalones le quedaban “alquilando”
Pablo andaba nada más con lo que tenía puesto. Yo le buscaba ropa de Iván, pero los
pantalones le quedaban alquilando, altísimos. A él no le gustaba que yo se los planchara,
que les quitara el quiebre.
Cuando él nos visitaba, para mí y para mis hijos era todo un paseo, pero para Iván era
siempre una reunión. Íbamos a la orilla del rio y hacíamos la comida. Ellos se reunían y
mientras tanto nosotros hacíamos el almuerzo, nos bañábamos y ellos a la reunión, a
planificar. Lo queríamos mucho, mucho.
“JAIME